La tarde le cayó sobre
los hombros, como si el peso de la luz le hubiera besado lentamente
sobre la espalda. De forma consciente advirtió el pálpito de su
cuerpo en un leve temblor de las pupilas: agotamiento, y se dejó
caer sobre la cama, embriagada por aquella dulce marea que le adormeció los brazos, le atrapó el pecho y la cubrió en su totalidad. La
vista se le emborronaba −Adiós
tarde soleada, sólo distingo la luz que impregna todo en derredor. Y
se disipa, se disipa toda... Oscuridad.
Despierto con las
mejillas tibias, todavía soy consciente del palpitar que me mantiene
con vida, todo dormita lejano, hueco, vacío de tiempos. Parece que
estuviera allí dispuesto por puro azar, sin contemplaciones sobre la
historia. Y mis ojos se alinean con nimios destellos solares que aún
escapan de la cortina y viajan por la habitación. Entonces llegas,
no alcanzo a verte pero sé que estás allí. Te acomodas en mi
espalda, como la luz, y me susurras algo. Y empezamos a decirnos tantas
cosas en recónditos idiomas, utilizando los lenguajes que
aprendimos en algún lugar. La tarde va muriendo entre nosotros, se deja hacer como si no le doliera,
como si no fuéramos conscientes de nada más que ese tiempo interno que
nos marca ahora una palabra, ahora un beso.
Me encanta el nuevo look del blog, luz, luz, mucha luz ;)
ResponderEliminarMedea, Medea... Qué habremos hecho nosotras, con lo buenas que estamos
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