sábado

Ella

Seguramente no la vio.

Seguramente pasó por alto el azul en sus pestañas y la fuente roja que le brotaba de los labios.

Seguramente no advirtió que estaba sola, apocada en el zaguán de una puerta de madera, vieja y sucia.

Seguramente no imaginó que se sentía morir y que guardaba un pozo de culpa entre sus manos.

Seguramente pasó de largo, pisando su sombra, ignorando su perfume.

Seguramente pensaba en tantas cosas.

Seguramente nunca entienda que ella era, seguramente, ella. 




lunes

No pienso decirte adiós, si acaso te digo hasta siempre

Ya te has ido, no estás por aquí, has decidido marcharte para no volver.
La información la tengo, la imagen retumba en mis sienes, la tristeza se hace creciente.
Se me hace una mentira pensar que nunca volveré verte recortada en cualquier calle, en tu coche, con tus perros y no me lo acabo de creer.
No puedo.

De alguna manera espero que alguien me cuente algo que has hecho, alguna locura y trastada de las tuyas que te hacían ser tú misma y nos hacía sonreír. Y decíamos, ay... Esta chica, nunca cambiará.
Y no puedo entender que ya no vas a hacerlo.

No sé, desconozco esta sensación de incredulidad ante lo evidente, me viene grande.
Me viene grande.

Llego a dudar sobre mí misma y sobre si un día voy a reaccionar, si me vendrá todo de golpe o si se quedará así, como una incertidumbre que a veces brota en lágrimas y a veces se queda en un pozo de dudas, en algún lugar, aquí, aquí dentro.

Me parece estar viviendo las cosas desde un sueño y que todo ha sucedido, sí, pero lejos, fuera de mí, a cientos de kilómetros de distancia, en otra galaxia quizás, en otro universo.
Así que, yo me quedo aquí, esperando, aún espero recibir un mensaje tuyo, alguna confirmación de que yo estaba en lo cierto y nada de todo esto que dicen ha llegado a suceder.


Por eso, no pienso decirte adiós, si acaso te digo hasta siempre, hasta la próxima, hasta la vista y hasta luego. Descansa en paz, amiga.


miércoles

Yo no quiero ser la Cenicienta


Así que,
esta noche no te vuelvas cuando nos despidamos, déjame ver cómo te alejas.
Déjame anhelando un mirada, un guiño en tu perfil o un algo que no sé y que nunca llega.

Esta noche, cuando sea demasiado difícil estar juntos, ni te acerques en la distancia.
Déjame ir, con las ganas y el vacío, con las calles hechas un garabato entre las manos.

Déjame sola, a la orilla de mi almohada. Déjame que me atormente en la oscuridad de mi casa, que me pregunte cien mil veces por qué te conformaste con el adiós, por qué no susurraste que me quedase, que adónde creía yo que me marchaba.

Déjame que las lágrimas me perlen las pestañas y que la fiebre me cierre los ojos. Mañana, nuevo día, entenderé que no puedo llamarte, que no vinimos hasta aquí para tenernos.
Y romperé el recuerdo de esta noche que ya viene, en la que te marcharás y yo veré cómo lo haces.


martes

Teogonía


¿Recuerdas cuando fuimos inmortales? Nada de hoy nos dolía.

Éramos de metal, de un resplandor ígneo e impracticable. Éramos infinitos, gráciles, acuáticos, plutónicos, eólicos.

Nos atraían por igual la sombra y la luz, el barro y el agua. Nos bebíamos todos los colores jamás vistos por el hombre, caminábamos sobre el aire como plumas volatilizadas. No sentíamos compasión, ni tristeza, ni alegría; nada nos destruía, la palabra nostalgia aún no se había inventado ¿Lo recuerdas?

Derribé con mi mano cientos de murallas, con la misma que elegí las rosas que había de ofrecerte. Y los deseos no eran partículas de arena escondidas, estabas presente en cualquier duna, todo el desierto eras tú mismo.
Éramos la vida, el sueño en el sueño.
Doblábamos el tiempo a nuestro antojo, los amaneceres, hasta tomábamos las olas del mar con las dos manos y dibujábamos una lluvia que había de ser el fuego, y las llanuras, y el ladrido de un perro invisible. Algunas noches cantábamos al unísono, como dioses titánicos reinventando los idiomas, y en tus pupilas vibraba sin descanso una eterna supernova; era lo único que me estremecía en el universo.

Entonces, dejabas ver mi lado más mortal y débil, las grietas de los siglos en mis manos y, sin darme apenas cuenta, la luz se nos fue. Nos perdimos en mitad del tiempo detenido, condenados a la soledad más opaca ¿Lo recuerdas?

Descargué mi ira en los volcanes de mil mundos, yo, que había visto con mis ojos tantas realidades, debía consumirme en la única que te me había robado. Y allí me convertí en la rosa que una noche te ofrecí, sobre lo perecedero, sabiendo que tendría que luchar contra todo lo que un día habíamos inventado.



(Imagen tomada por el telescopio Hubble)

miércoles

Díptico al amor

I

Nunca te canses de mi. Le decía. Acariciaba con un dedo la palma de su mano, con la frente llena de estrellas, con el silencio. Que nunca te canses de mi, le decía, y algo sucumbió en lo alto de la noche, quizás un chisporroteo, una mácula de esperanza que candorosa se desvanecía allá arriba, en mitad de la nada, donde no la vieron caer. Yo no la vi. Nunca, nunca jamás, te digo, te canses de mi. Le decía. Y las manos le temblaban de caricias aún por regalar. Una mirada profusa, una intensa inhalación, frente a frente, en aquel rincón nocturno que siempre les aguardaba. Será que se les hizo de noche cuando aún soñaban con atardeceres, que las horas pasaban tan deprisa. Alguien diría que el reloj no era un buen amigo. Nunca te canses de mi, que no se te acaben los besos. Le decía. Debieron ser tantas cosas, al otro lado de sus pestañas, sucediendo incesantemente, un salpicar inagotable que ya se desbordaba por las ventanas. Y no alcanzaron a verlo. Yo no lo vi.


II

Todo cuánto siempre quise conocer, comprendí que lo habías guardado contigo.



Un poema de despedida o algo que se le pudiera parecer


A veces no te comprendo
y es algo que se repite con frecuencia en estos días.
Hablas con telegramas, en lenguas desconocidas,
hablas de mundos y primaveras que jamás visitaré y que son tu hogar.
Después, tropiezas con mi sonrisa que se amontona en cualquier parte,
pero el genio se te ha trocado
y pataleas allá dónde yo cultivaría un árbol.

Es una estupidez, no me lo digas, quejarme de la lentitud en las nubes,
sobornar a un pájaro para que no muera.
Pero yo nací en ese río donde arrojas tu desesperación,
deja ya que los peces sean mis amigos.

Quizás fue que nunca me conociste.
Lo que tú y yo hemos sido tal vez sea parte de lo extraño,
que comparten besos, mentiras, pero extraños,
cada uno sumergido en su vorágine, tan desconocidos.  
Ya te cuento
que me gusta leer a perpetuidad,
que me enamoran en las posdatas
donde alguien explica lo pequeño y hermoso
de esta vida que me estás arrebatando.
Pese a ello me buscas, es pura inercia.
No esperes que te acompañe al fondo del precipicio.

(Imagen: Viajero junto al mar de niebla. Caspar David Friedrich) 

martes

Díptico al mar

I

Hubo un tiempo en el que criaturas poliédricas y de enorme envergadura habitaron las llanuras fértiles y ribereñas. Crearon sus hogares mediante la acumulación de poliperos de gran variedad colorífica, cuyas paredes moteaban sobre el aire un aroma salino y hediondo cuando el sol las malograba en la tarde. Ocupaban los días cultivando algas en la costa, otros confeccionaban ropajes con las hebras vegetales del barbecho. Los niños acudían a la lección matinal y jugaban a escaparse y a intercambiar moluscos deshabitados, que secaban al sol para pintarlos luego con excéntricas efigies. Por las noches entonaban letanías en favor de las mareas y comían sin descanso frutos ácidos en la hojarasca.


II

Hoy, caminas anónimo a la orilla de esa playa tuya, dejas que los pies se te desaparezcan en la marea. El agua te hace tropezar con algo, es una caracola y adviertes que está dibujada. Seguramente no lo entenderás.



domingo

Genealogía del "estar aquí y en tantos otros lugares"

Has venido para ser una tarde de noviembre, porque noviembre es el mes en el que yo debí nacer. Con el otoño y su caricia ámbar de hojas. El ámbar me interesa, tiene algo de ciudad nocturna, de caramelos y miel (y ahora me viene el relámpago de la niñez, a la verita de mi abuela tostando azúcar entre fogones). Ya te espero con ternura en ese banco, en alguna calle que nos verá pasar.
Has venido, yo no sé, contrario a todas mis plegarias. Atea por convicción; también es ese un modo de fe.

(La imagen, tan bonita, es un óleo de Leonid Afremov)

jueves

Pensamiento Circular


...
En tardes como la de hoy, alguien está luchando por salvar al mundo de su torpeza, y le vienen mil imágenes a las sienes, se agita, se las sacude de encima como hojas de otoño. Pero las imágenes no caen, se aferran, se aferran... Es, en tardes como la de hoy, que alguien añora lo que perdió y siente el vacío mordiéndole las entrañas. Se rebela, se revuelca, pero nada hace desaparecer la intensidad que se le empoza allá adentro.

Las cosas que hacen daño nunca se sabe exactamente cómo empiezan, pero el dolor es persistente y nadie sabe desalojarlo. El mío, mi dolor, ha horadado un rinconcito, entre el azul y el amarillo, al lado de tu memoria. Mientras alguien, en algún lugar del mundo, se afana por recoger el trigo antes del acoso nocturno, yo me inquieto. No sé si por él, acaso por todas las cosas que suceden esta tarde.

No sé cuánto tiempo querrá quedarse -retomando el asunto de mi dolor-, o si desea envejecer conmigo. Al comienzo, cuando llegó, no fue una gran noticia. Resultaba bastante molesto, me impedía conciliar el sueño, me obligaba a morderme las uñas, a mover las piernas en un frenético inconsciente. Ahora ya lo he domesticado, se recuesta junto a mi almohada, me susurra consejos difíciles de seguir; es un amigo extraño, pero yo de momento le estoy siguiendo el juego. Le dije que se marchase, que probase suerte en otros corazones más jugosos, repletos de historias por aniquilar. Pero no quiere, me ha dicho que en el mío tiene un lecho y echarle, sería como expulsar a alguien de su hogar. Esas cosas no se hacen. Le dejaré un tiempo más, quizás un día se aburrirá de hablar siempre de lo mismo y, cuando la noche me arrebate la conciencia, se irá, dejando un sendero yermo y frío.

En cierta manera y a pesar de todo, adoro estas tardes de Wim Mertens y soledad, en la austeridad de mi casa, que escasea por todos los rincones de mobiliario y decoración; con goterones de pintura aún por rascar, con cables que se empeñan en tropezarse conmigo. No me importa. He aprendido a disfrutar de este pequeño y caótico universo. Y mientras, la televisión. Tan irónica, con sus animales de sabana abandonados a la rutina de su vida salvaje. Qué gran tópico de la sobremesa.

La tarde mejora después, cuando alguien se cita con algún amigo y descubre en un instante que la vida es eso, reconocerte en lo que les ocurre a los demás. Y si no se reconoce, querido mío, entonces ya está perdido. Nadie es imprescindible, ni único, ni eterno. Muchas veces me han dicho que yo era especial, no incluyo las declaraciones de mi madre. Muchas veces, no sé exactamente el objetivo. Y no lo confieso en un alarde de egocentrismo, ni muchísimo menos. Me pregunto siempre ¿Qué intención hay? Si satisfacerme, errados vamos. Si conquistarme, amigo... Eso no es más que una piedra difícil luego de sortear. Si charlatanear, que es lo que sospecho, ahorrémonos el momento. Al final se vuelve incómodo, más cuando se demuestra que todo queda en nada, y que a la nada se precipita todo lo que hubo.

Seamos claros, seamos sinceros. No necesito un hombre que me diga, ahora, lo maravillosa que siempre fui mientras él se perdía en sus noches de ginebra e indiferencia. Tampoco necesito un hombre que me regale el cielo un día, para arrebatármelo cuando el sol despunta, con excusas de trabajo, de mapas, de teléfonos, de mensajería instantánea que nunca llega o se demora, siempre por cuestiones del azar. De verdad, no lo necesito.

Si algo concluyo de todo esto es que he aprendido a valorar la soledad de mi hogar. Poder perderme tras las persianas adormiladas, los zapatos despojados por el suelo, las fotografías que me observan con cautela. La cadencia de todas mis cosas y un angelito con nieve encerrado en una bola de cristal. Y me gusta. En este universo me siento cómoda. Cuando el dolor decida marcharse quizás también lo hará la soledad, quizás se abrirán nuevos caminos, nuevas voces. Quizás vendrán otros para pedirme los sueños y yo se los volveré a dar. Se los volveré a dar.


domingo

La dormeuse



La tarde le cayó sobre los hombros, como si el peso de la luz le hubiera besado lentamente sobre la espalda. De forma consciente advirtió el pálpito de su cuerpo en un leve temblor de las pupilas: agotamiento, y se dejó caer sobre la cama, embriagada por aquella dulce marea que le adormeció los brazos, le atrapó el pecho y la cubrió en su totalidad. La vista se le emborronaba −Adiós tarde soleada, sólo distingo la luz que impregna todo en derredor. Y se disipa, se disipa toda... Oscuridad.

Despierto con las mejillas tibias, todavía soy consciente del palpitar que me mantiene con vida, todo dormita lejano, hueco, vacío de tiempos. Parece que estuviera allí dispuesto por puro azar, sin contemplaciones sobre la historia. Y mis ojos se alinean con nimios destellos solares que aún escapan de la cortina y viajan por la habitación. Entonces llegas, no alcanzo a verte pero sé que estás allí. Te acomodas en mi espalda, como la luz, y me susurras algo. Y empezamos a decirnos tantas cosas en recónditos idiomas, utilizando los lenguajes que aprendimos en algún lugar. La tarde va muriendo entre nosotros, se deja hacer como si no le doliera, como si no fuéramos conscientes de nada más que ese tiempo interno que nos marca ahora una palabra, ahora un beso.



miércoles

The evening gown



Cerró la puerta, se miró la puntera de los zapatos y se giró, como embebida por el fuerte viento que soplaba esa mañana. Comenzó a caminar, era un lunes de esos en los que se debe llegar tarde porque, de lo contrario, deja de ser lunes, y deja quizás de hacer viento. La gente es hermosa cuando hace viento, el pelo se les vuela, cabriolea por el rostro jugueteando travieso. Y el cielo se vuelve rosado, como los labios brillantes de las niñas que juegan a ser mayores.

Decíamos que se volvió súbitamente y que había comenzado a caminar ¡Si la hubierais visto! En ocasiones escuchaba música para que el viaje fuese más ameno, no obstante prefirió escuchar el murmullo de sus pasos, el cambio de pie, el punta-tacón, tacón-punta. Eligió simplemente discernir cómo era ella misma y se desplazaba sibilina y cadente por el barrio, convirtiéndolo en algo más que asfalto y aceras, haciendo de la rutina ciudadana un hermoso acontecer matutino. Y lo logró, como siempre lo hacía.
Doña Carmela embolsaba  pastas azucaradas, el humo salía ufano por las chimeneas; nada cambiaba, todo se le asemejaba. Vida, belleza, alegría… ¡Si la hubierais visto! Era la blanca sonrisa dándole aliento a la mañana, cuerpo frágil de mujer, melena dorada al viento. Era perfectamente simétrica para aquel paisaje de ensueño. Una princesa con falda vaquera, un cántaro lleno de peces de río, una mañana de mayo, o de abril, un bolsillo lleno de besos. ¡Si la hubierais visto!

Cómo la miraban los pájaros, y los árboles, cómo compartían su alegría las flores que, aunque marchitas, resplandecían un poquito cuando las adelantaba. Y los gatos dejaban de dormitar para mirarla, atentos y satisfechos, más allá de todas esas criaturas que en otras dimensiones colapsaban el espacio común. El pálpito de la tierra le guiaba los pasos, todo era un trotar armonioso y contenido cuando aquel coche la despojó de su gravedad, arrancándole algunos miembros de su cuerpo y, con ellos, la vida.

¡Si la hubierais visto! Era la más dolorosa pérdida que la mañana se llevaba para siempre consigo. Los árboles culparon a los pájaros, los pájaros a las flores, las flores al viento. Las nubes se marcharon, dejando que el sol abrasara la eterna tarde que le seguía a la despedida. Las tardes, ya se sabe, están llenas de melancolía, de colores anaranjados que pretender dar calidez pero no pueden, pues algo de pesadumbre siempre permanece en ellos. Y así fue, así es, que vivimos tardes de continua aflicción desde hace mucho; ya nadie recuerda dónde comenzó tanta pérdida y tanto dolor.


lunes

Mi calle


La ciudad ya es azul a estas horas,
un azul trufado de ventanas amarillas,
como una tregua de guirnaldas
que tintinean en mitad de la espesura.
El asfalto brilla
con el frío que le ha caído encima.
Un vagabundo dormita en los soportales,
cada noche cambia de nombre
y acaricia sus manos agrietadas,
bajo la pana.

Los pocos que pasean son desconfiados.
A veces se ajustan la bufanda,
o carraspean,
por hacer algo que no sea el silencio.
Y las horas caen como melaza,
tan espesa,
por el perfil incunable de la noche.

Los coches pasan como locos
y los gatos se acurrucan en cualquier rincón
indiferentes.
Son la muestra del fútil devenir
al que diariamente estamos arrojados.
La insolencia se hacina en todas partes
porque mil crímenes se estarán cometiendo
en algún lugar, justo aquí,
en mi calle,
mientras el frío hiela árboles,
semáforos, aullidos, estaciones.



miércoles

Princesas


Una noche más
con un vaso de bourbon.
El hielo se diluye como el tiempo
cae por los edificios
y las persianas se cierran
a la luna,
que ha llegado
sin que nadie la llamara.
Una noche más con el misterio
posado en mis pestañas,
sin un ápice de intención ajena
a mi vaso,
a la quietud.
Un niño vocea en la calle
y los pájaros se recogen
formando un surco
de oscuros lazos por un lienzo.
Y la noche se enciende en farolas,
sobre el asfalto frío y húmedo
se deja ver.
Algo como caer de rodillas
en la fría tierra que frecuento.
Algo como un llanto de princesa
perdida por las salas
de un palacio desierto.


sábado

Mi oscuro pasajero


Esos días que aborrezco vivir


La vida es asfixiante, en las últimas horas me he preguntado no sé cuántas veces por qué hay tanto optimista en este mundo. La verdad, no lo entiendo. Mis momentos de felicidad se limitan a extractos del día de los que, incluso, reconozco su placer cuando ya han transcurrido, cuando ya no están. No sé valorarlos en el momento en que los vivo, estoy viviendo un continuo feedback y dudo ser la única. El resto del tiempo es inerte, vacío de emociones, lleno de trivialidades que no aportan lo más mínimo. Ocupamos la vida con gilipolleces y después viene un golpe, una noticia, un hecho dado, algo que te saca del andrajoso camino de la rutina y ¡PUM! Descubres que estás viviendo a golpes de miedo, de rabia. Por el resto de tiempo de supuesta “felicidad”, de tranquilidad, de libertad, no has hecho más que estar, que existir. Qué pena que justamente sean esas las sensaciones más verosímiles que has sentido en las últimas semanas.

En ocasiones me repugna la vida, ésta. Desearía no sentir lazos emocionales, volar como espíritu libre y experimentar más allá de toda frontera. Si eso fuese así os aseguro que quizás habría cambiado hasta mi nombre. Pero los lazos nos unen, nos atan, nos mantienen presas de lugares, de personas. Y (¡Qué indignación!) yo no me siento nadie sin esos lazos emocionales que dan raíces a mi loco y descarriado devenir. Sé muchas cosas de mi, pero no sé quien soy en realidad. Sé qué haría, si pudiera. Pero no sé qué hacer ahora mismo. Soy la sombra de mis sueños, la huella indeleble que deja impregnados los objetos personales, pero pasa desapercibida a la vista de un cualquiera. Estoy en este mundo creando otro más propio y no me gusta, no. Yo quiero ver la totalidad, quiero el rojo horizonte una y mil veces como si fuera siempre nuevo. Y el llanto indiferente de la gente a mi alrededor. Suena duro, lo sé. Ser más cabrona, quizás se resuma en eso. Ser y no ser a medias tanto.

miércoles

Sucesos I

Será probablemente la tentación de morderte un poquito,
              ahí,
                            entre la boca y tus sueños.
Será que ayer volviste tarde
              y con la frente llena de lunas.
Será que la madrugada
se te anudó como un relámpago
              y huyó a mis pies, asustada,
                           para que yo la recompusiera.


domingo

A mi amigo


Vaya este recuerdo a mi fiel amigo,
mi amigo, el no presente;
nunca pensé que te lloraría tanto la ausencia.
Ni imaginarlo
que doliera tanto bracear en el vacío,
de rabia,
por querer estar contigo aquí mismo,
decirte “hola amigo, qué día bonito el de hoy”.
Y que me respondieras simplemente
con esa mirada atenta
que te hacía ser tú mismo
y no cien mil otros.

Recordar tu lealtad me conmociona
y no puedo contener el llanto;
duele aún la vida que dejaste atrás sobre mis manos
en un domingo, como hoy, que nunca cesa.

Vaya este recuerdo a mi fiel amigo,
con todo el amor que pude aún haberte dado.
No hay amigo más fiel que el perro, dicen,
quien alegre te acompaña hasta el desierto mismo.
Y yo sólo puedo afirmarlo.


lunes

Díptico al miedo



Parte I
El niño corría. ¿Cuándo es que emerge la necesidad vital de supervivencia y escapamos de todo peligro? El niño corría con el rostro amilanado, desprovisto de toda emoción. Dejaba atrás el pavor, a cada zancada se sumergía más en un horror que le ahogaría la totalidad de su vida adulta. De negro a negro, de oscuridad a oscuridad. Eran las siete de la tarde y nuestro chico corría en mitad de una senda, no importaba dónde se hallaba. Tampoco él se lo preguntó. Una habitación nauseabunda, un vendaval de abusos, de dolor intenso, de aversión por dejar atrás. No supo adónde ir ¿Y quien sabría? La certeza se mostró impune; cualquier lugar sería mejor que aquel. Aquel lugar estaría siempre en todas partes.
Parte II
Quise ser un pájaro, de niño, un hermoso pájaro azul que surcase el cielo los días de lluvia. Esos días me gustan, son bonitos, son melancólicamente bonitos. Y ese pájaro que yo sería viajaría por todo el mundo, recorriendo los lugares más mágicos y vibrantes. Sería un pájaro envidiado y amado, soñado, la gente hablaría de mí, pues yo sería el pájaro. Me añorarían durante mis viajes y me esperarían con ansias de saber nuevas aventuras. Querrían conocerme y me admirarían por mi valor, querrían acariciar mi bello plumaje resplandeciente. Y en mis travesías jamás cruzaría ese paisaje de muerte, el que me acecha. Esa casa en mitad de una nada, jamás planearía sobre su tejado.
La olvidaría, simplemente la olvidaría.



viernes

Reencuentro


Se necesitan tropiezos, miradas volteadas, inmensísimas bocanadas de aire que, al exhalar, levantan un muro y dicen ahora sí, el pasado quedó atrás.

Jamás dejé de escribir, me va la vida en ello.

Sí deje de compartirlo ¿Hice mal? En cualquier caso aquí volví, una siempre vuelve al hogar.

Le preguntaba hace bien poco a un amigo, hace minutos ¿Qué hacer cuando la necesidad de escribir es tan intensa, tan voraz que te muerde despacio en la boca, un poquito y sin cesar, que te pulsa desde el mismo centro de las costillas? ¿Qué hacer? Se muestra tímida pero es sobrecogedora, ¿te ocurre a ti?, ¿qué hago? Se paraliza cualquier movimiento ante la magnitud del deseo, es difícil manejarlo. Un quasar, inacabable, que va ganándote el espacio.

¿Su consejo? (y era lo que estaba esperando...)

Dejarme arrastrar con el vórtice, dejar al mismo vórtice arrastrarse.

Unos lo llaman “darse, entregarse”, otros dirán “emplearse a fondo”, mucho más polite...

A mí me seduce la vorágine,

y no vine aquí para nada más que para eso,

el resto son máscaras, va por añadidura.

Es tan hermoso, bellísimo, aceptar lo que una es. Mofarse de lo inútil que se puede resultar para cientos de cosas al mundo entero. Es así, no nos engañemos. Pero cómo se disfruta el reconocerlo. A mi me brota del mismo ombligo la necesidad (esto quizás le haría reír a un niño). Soy el aullido nocturno de la ciudad, el julio amenazante sobre tus hombros pálidos, la furia hecha ángulo abrupto y escrito. Me mostraré desnuda sin que me lo pidas, sin proponerlo. Y cuánto más me mires, más disfraces de mi conocerás.

No soy grandes cosas,

tampoco quiero.

¡Señores, este es el circo en el que me tocó actuar!

Jamás fui hábil con los malabares, mis chistes no tienen gracia...

Pero mi papel, el mío, el que nadie me otorgo salvo la musa afortunada por el azar, ese lo llevo a fuego sobre la piel.

No me preguntes quien soy (quizás ni te interese, lo más probable)

cuando quise ser consciente

(despertar, ver, nacer...)

ya lo estaba siendo.

lunes

hijos de las estrellas


Así amaneció, con su expansión, recóndito hacia todos lados. Conjurando nubes y átomos fabulosos, inventado los metales y las formas. La radiación que todo lo impregna, los gases de colores, los astros, las inmensas y tácitas galaxias... Tú. Yo.

Y si nos enfadamos, marcamos con tiza una frontera. Y si nos peleamos, lanzamos globos de agua bajo la atenta mirada de la madre inmensidad.

la vida en los suburbios



Hacia dónde camina una muchacha perdida,

sin zapatos, sin hojas de alegría en sus mejillas,

con la sóla compañía de las estrellas

y los amigos espontáneos que ofrece la madrugada.

Una muchacha perdida entre cientos,

parece cualquier otra, parece arcaica y cansada,

pero como cualquier otra después de todo.

A veces ve en lo alto el resplandor de la luna

y aúlla un poquito, pero sólo un poco,

por miedo a ser escuchada entre el frío

y sereno pavor que es la noche cuando llega temprana,

cuando la alcanza

y está sola.

Una duna tornadiza que no sigue al viento,

por rebeldía quizás, pero aislada,

asimétrica de sus hermanas.

Y en realidad nada le hace más daño

que dejar la soledad, la que conoce su voz,

perderse entre el páramo que es estar soñando

y despertar un día, como arrancada el alma del tiesto

tan súbitamente,

para dejar atrás un onírico beso,

acaso una tregua o una ocasión regalada

ante la prematura muerte.

martes

diez, quizá once


Once lunas, acompañadas de once gatos negros, es todo lo que encontraron en su habitación y no necesitaron más. Nunca advirtieron molestias ni ruidos procedentes de su casa, era una mujer silenciosa, silenciosa hasta el extremo de no alterar el aleteo de los pájaros cuando se posan en la ventana, de caminar con pies lanosos y acariciar los pomos de las puertas con una dulzura de muñeca de algodón. Vagaba por las calles como el viento lo hace a ráfagas, tan invisible; se sabía de su presencia por el aroma a azahar que desprendía, por la quietud con que ocupaba ese hueco rosáceo en mitad del vacío. Nunca la escucharon hablar, asentía con las pestañas y sonreía cuando todo era correcto; de lo contrario, se desvanecía en un aura de misteriosa melancolía que muy pocos, tal vez nadie, conseguían desvanecer. Sus vecinos desconocían las ocupaciones de la mujer, pero por su rostro la imaginaban rodeada de niños en alguna escuela infantil, con las mejillas llenas de colores y un babero de rayas y puntillitas en los bolsillos. También podría dedicarse a la pintura, quizás era una artista reconocida en las grandes ciudades del mundo, o bien la masajista de un balneario en la montaña, o una cazadora de sueños. De cualquier modo su rostro, sus manos de nata y aquella sonrisa silvestre auguraban una apaciguante vida colmada de templanza con estrellas de Belén y compasión. Frente a su casa vivía una anciana observadora que siempre la miraba por encima de sus gafitas al llegar al hogar, con tumultuosas compras de supermercado, y la hacía en su cocina, entre abruptas columnas de cacharros y utensilios delante de unas cortinas rojas y blancas, con melocotones en un frutero junto al horno donde preparaba bizcochos, y galletas, y pastissets de boniato para el invierno. La imaginaba destartalada y serena, como una princesa en su torre, caminando descalza sobre un suelo de parquet que limpiaba con cariño para mantenerlo suave y brillante. El casero había coincidido con ella en dos ocasiones; la primera vez se cruzaron en el portal cuando ella marchaba Dios sabía dónde, no reparó en su presencia y simplemente la contempló alejarse más allá de la crisálida. La última vez fue ese mismo día, en la mañana que la apresaron, creyó verla en la ventana distraída con el tráfico aéreo, pensó que tenía un bonito perfil y que besar su cuello debía ser como una presión suave y cálida que reconforta. Al entrar de nuevo en la casa, encontró sus fotografías agolpando todos los rincones: aquí los amigos, aquí la familia y algún personaje poco destacado, todo hasta perderse en la imagen del balcón, que le recordaba lo hermosa que la había visto esa mañana. Se le emborronaron los ojos con aquel resplandor y ahora sólo distinguía la verja del balcón a contraluz, mientras escuchaba a los guardias hacer comentarios sobre los cuerpos allí abandonados, cubiertos por frías capas de plástico negro que les aislaban del espanto. Se volteó un segundo y en mitad de aquel despropósito de sangre contó al azar; debían ser diez, quizá once.

lunes

siempre el eco

Viajó durante tantos años que ya no recordaba la ciudad que le había visto nacer, de hecho su hogar estaba en algún lugar por encima de todas aquellas cosas, de toda frontera. Su maleta, con sus viejos tejanos y aquella libreta abarrotada de sueños le hacían sentirse familiar adónde fuera, alguien con identidad propia y culminante sobre el frío anonimato que es caminar por una calle cualquiera, con gentes indiferentes y no cruzar palabra alguna cuando les encontraba a su paso. Ese ser desconocido y azul en que se convertía le daba cierta estabilidad, hasta que comenzaba a intimar con las gentes del lugar, entonces sabía que era el momento de partir de nuevo. Se llevaba consigo sólo los buenos recuerdos y marchaba una vez más buscando algo, no importaba el qué, que llenase aún más aquel viajero existir del que había hecho una forma de vida. Conoció muchas ciudades aglomeradas de ilusiones incompletas, marchó al campo pero la calma y el silencio de las noches le ahogaban. Habitó en los desiertos, en las selvas, subió a las más altas montañas y descendió por numerosos valles. Le resultaba curiosa la sensación de no encontrarse en ningún lugar y sentir que algo le pertenecía de todos ellos. Un día interrumpió su marcha en mitad de un camino muy solitario y muy llano, miró en todas direcciones, también hacia el cielo. Y gritó. Esperaba escuchar el eco propagarse hacia la infinitud del paisaje para descargar el cansancio que arrastraba desde hacía siglos, pero no fue así. De modo que lo volvió a hacer, esta vez no se detuvo a los pocos segundos y continuó gritando hasta quedarse sin aire y notar cómo cosquilleaba el aullido en su nariz. Y el eco trascendió aquella tarde por encima de los maizales, corrió tanto que alcanzó a las colinas sin apenas pretenderlo y apenas pudo escuchar cómo se alejaba de aquel horizonte, hasta golpear sigilosamente el agua que aguardaba circular en un vaso de vidrio. Un niño lo percibió, sentado en la mesa ante su merienda, y miró por la ventana que había acogido el halo vibracional. No se veía nada, nada había, pero los maizales todavía cabrioleaban, quizás sería el viento-pensó.

jueves

aquí estoy -y con el dedo índice señalo algún lugar sobre mi pecho-


Cuando te miro no eres más que un caos de posibilidades abriéndose camino en todas direcciones, a dentelladas propagándose por el espacio blanco y rectilíneo. Te muestras distante, aparentemente inacabado y frío, dejas gotear el deseo por tus brazos. Parpadeo y te encuentro allí, hablando en cien mil idiomas diferentes; eres como una ventana a las tinieblas que me habitan sin yo saberlo. Te regocijas en cada parábola, mostrando el lado frágil del momento; eres decadente, delicado, me invitas a la introspección como un círculo naranja y humeante, como una caricia de madre que tanto anhelo. Duermes un poquito mientras yo juego y entonces ya te agitas un poco tímido, como diciendo -no olvides ésto-, abres una nueva puerta silenciosa como la noche, y allí me quedo yo, con la mirada de nieve que reclina despacio, entre todos esos segundos que quieren escapar al tiempo.
En ti convergen diagonales, meandros, fugas y senderos. Tú sólo te muestras, de embelesar me encargo yo y me siento menos perdida cuando veo todo lo que puedes llegar a ser. Te convertiré a suerte en un mundo hermoso y tierno, quizás albergarás un puñado de besos bajo el marfil de los elefantes, o bien el río salvaje en el cabello de mis muñecas. Quizá las muñecas tengan unas fauces prominentes, no lo sé, pero quizás las tengan. Te miro y pienso en los caramelos de la tarde, en el fundido hecho por azar a remolinos y en la mágica silueta que es tu cáscara circundante, un algo revelador que espeja cómo soy, simplemente, cuando me expreso entre azules y púrpuras, y no pretendo hallar más allá de tu estatura la distancia que separa mi alma de las estrellas.

viernes

fundamento para la poesía


Decidió que había llegado el momento de matarse; el sol ardía con propiedad, la ciudad era suave y los pájaros podrían atestiguar el alarido con que se desprendería de este mundo. Y así lo hizo. Saltó desde un décimo piso con las manos entrelazadas, como tratando de congelar en un exiguo paracaídas el refugio para su alma ante el atroz impacto. Y una mujer le vio en su golpe contra la vida. Ella caminaba buscando algo en el cielo, había unas nubes coralinas que se apartaban sin gran alboroto, los árboles de la calle estaban allí y también las farolas; entre ellas la estela emborronada de una precipitación austera y seca se dejó ver por unos segundos. Como una deflagración, aquel vestigio inundó la escena de sus pupilas, era un trazo de grafito amoratado, gris, con el color de la piel cuando se turba. Y vio su tropiezo con las ramas de los árboles y su descomposición trizada ya en el suelo, como lo pedazos del vidrio. Pero de aquella multitud en colisión no brotaron más que plumas, pétalos de margarita y tres o cuatro versos que cayeron como gotas de lluvia en el asfalto. Murieron lentamente, las palabras, como los pétalos, como aquella mañana. Ella lo vio todo, testigo mudo y apabullada, se acercó a la acera y allí mismo se arrodilló para besar la tierra que recibió el golpe. Lamió con devoción aquellos versos en la piedra y el áspero tacto en su boca le hizo comprender que las abstracciones no habitan sólo en la pluma de los poetas.

sábado

díptico al extravío

I

Esta noche se ha llorado en las escuelas. Los espectros de los niños ausentes se han amontonado, muy juntos, en las esquinas de las aulas, había un ambiente tumultuoso bajo las pizarras y en las habitaciones del claustro. Se acurrucaban las llamadas de letargo y rosas en la madera de los pupitres, en los lapiceros, caían ventana abajo con la anatomía de las persianas. Toda la noche cayendo han estado, con esta manirrota y excedente madrugada. Las escuelas fulguraban en la oscuridad con ese musitar que puede hacer llorar a los hombres. Pasará el fin de semana en su letargo de ruinas inacabadas, esperando la mañana ajetreada de un lunes que disimule tanto llanto y tanta pérdida.

II

De entre todas las cosas que un día soñé alcanzar, sólo recuerdo aquella niña que yo era.
...

martes

no se preocupe, señor Palmer

-No se preocupe, ahora se encuentra a salvo. Celador, escriba la fecha de la incidencia en el archivo del sujeto, anote también las intervenciones que se le van a realizar. Como le digo, ya no tiene por qué preocuparse, señor Palmer. Hubo un fallo en el sistema, perdimos el pleno control de las conexiones con su encéfalo y sus actos comenzaron a ser histriónicos, desiguales, creímos que le perderíamos, lo lamento, le aseguro que no volverá a ocurrir. Celador, acérqueme ese manual. Mire, señor Palmer, aquí viene detallado el sistema de relaciones neuronales que tiene instalado en su cerebro; usted nos pidió eliminar toda la masa que permite al dolor subyacer en su hipocampo ¿Lo recuerda? Por supuesto que no lo recuerda, pero usted nos lo pidió. Normalmente los internos que se someten a nuestro experimento solicitan lo mismo, hacer desaparecer el dolor, aunque usted no se refería al dolor físico. No deja de ser curioso ese miedo a la vulneración humana. Pero nosotros no trabajamos con almas, trabajamos con cuerpos, no somos tan pretenciosos. Hubo algo que le desestabilizó. Ahora pensamos que sería mejor que no volviese a ver a su familia. No, no se preocupe, estarán bien y usted no volverá a preocuparse por ellos. No lo hará porque no les recordará. Ese era el pacto ¿No lo recuerda? Oh, por supuesto que no lo recuerda, pero fue decisión suya. Celador, prepare la dosis. Escuche señor Palmer, ahora sentirá un leve cosquilleo que le obligará a desvanecerse en un profundo sueño. No tema, cuando despierte ya no recordará nada y podrá seguir trabajando en nuestro campo. Todo quedará guardado en su inconsciente y nunca más sentirá el dolor, sin embargo, para asegurarnos que este incidente no vuelve a suceder, le provocaremos una amnesia irreversible de modo que usted y nosotros seremos más felices, creemos que es lo mejor para todos. Celador, aumente la dosis y ejecute, el sujeto se encuentra preparado para la inmersión y presenta inicio de neurastenia. No llore señor Palmer, no se acongoje, no nos obligue a aislarle de nuevo. Usted ya estuvo allí, ya sabe lo que es. Sabe que no se trata de un lugar… Bonito. Estará bien, se lo prometo. ¿Nota el cosquilleo? Como le digo, todo esto será muy rápido, no tiene que temer nada. Sólo nos ocupamos de cumplir con lo que usted nos pidió, usted firmó el consentimiento. Cierre los ojos, en unas horas nada habrá ocurrido…

viernes

un mundo de locos

DisorderRating
Paranoid Disorder:High
Schizoid Disorder:High
Schizotypal Disorder:High
Antisocial Disorder:High
Borderline Disorder:Very High
Histrionic Disorder:High
Narcissistic Disorder:Moderate
Avoidant Disorder:High
Dependent Disorder:Very High
Obsessive-Compulsive Disorder:High

-- Personality Disorder Test - Take It! --
-- Personality Disorders --



Es curioso, mediante un sencillo test de preguntas (alrededor de cuarenta) alguien se siente capacitado para informar sobre los posibles trastornos mentales que arrastra consigo una persona dentro de su cabecita y de su corazoncito. Sinceramente, creo que es necesario pensar muy bien las cosas antes de arrojarse al vacío con una decisión; sinceramente lo pienso. Pero ¡Qué difícil es pensar con claridad! Cuando uno mismo no alcanza a comprenderse, ¿cómo puede comprender el entorno? Según el susodicho test de marras, he aquí una trastornada hasta la médula, he aquí un alma perturbada que no ve más allá de un mundo ilusorio que se ha levantado a medio camino entre la razón y la fantasía. Caray, y yo que creía ser de lo más llana y normal (nótese el sarcasmo y carraspeo), resulta que vivo inmersa en un descomunal caos de obsesiones y paranoias. A lo mejor, si no fuera por eso, yo no sería yo y no estaría aquí escribiendo esto. Ah! Pesudo-artistas, ¿Qué es lo que veis en mí?.

What type of person do you attract?
Your Result: You attract artsy people!

Those free spirited artists with great imaginations find you interesting. They are usually interesting themselves, so its not a bad thing, but they CAN be a bit wifty and choose odd goals. If you like life to always be a bit 'different' from the norm, but not too extreme in any one direction, these are the people for you. If you seek logical decision making skills and good money management, you may want to change something in the way you appear. Artsy people are fun for adventure and exploring, so, have fun! (smoking weed helps too)

You attract unstable people!
You attract models!
You attract Yuppies!
You attract rednecks!
You attract geeks!
What type of person do you attract?
Quiz Created on GoToQuiz

martes

a vista de pájaro


Si cierro los ojos e inspiro con fuerza, si lo hago, me parece que al abrirlos soy capaz de volar. Es extraño, pensarás, volar con sólo un minúsculo gesto de párpados, es algo propio de princesas y de cuentos ya narrados. De unicornios. Pero atento, la pericia del vuelo no se vale tan sólo de este pequeñísimo acto, en sus entresijos se esconde la alquimia del viaje, de los cielos en el atardecer encendido y estéril, de las altas horas de la noche franqueadas. Tengo que estar alerta.


Cierro los ojos y los párpados me rozan de a poco las mejillas; entonces, pongo la mirada en ese otro mundo anhelado. Pudiera ser el mundo de los que ya partieron, de los que están lejos, el mundo de lo que me resulta inalcanzable con un sencillo gesto de muñeca. Es un largo viaje, un viaje de más de dos mil kilómetros y cuando ya estoy allí, despierto a los colores, hay que llamarlos a fuerza de reminiscencias; las formas que gravitan indecisas comienzan poco a poco a acoplarse, a formar aureolas, a dar paso a los arbustos, a las calles transitadas, a los hombros, a los bigotes. Tal vez aparezca una sonrisa, pero no quiero distraerme, no quiero cambiar el paisaje. Cuando el todo sea consistente y su jornada me alcance como un rayo la garganta, y percibirlo sea un aroma de las panaderías, de los humos estentóreos, cuando sienta la rugosidad del enlosado amontonarse a fuerza bajo la suela de mis zapatos, entonces, y sólo entonces, volveré de nuevo a aquella sonrisa. A la que antes me distrajo. Volveré a ella para matizarla y darle sabor y tacto a esa boca, puedo hacerlo con la mía –me aseguro que nadie me estará mirando-, puedo dosificarla en dados de sol, en fulgurante carnosidad voluble, en obstinado banquete. Lo hago del modo que deseo, sólo basta con comenzar. Recompongo con minuciosidad cada una de sus partes: aquí los caninos, aquí la comisura angosta y recelosa, aquí la curva, aquí el beso. No descuido un sólo detalle, hacerlo me desterraría a algún paraje riguroso de difícil acceso. Una vez tengo esa sonrisa hilvanada en mi boca, hago que me hable, que me susurre algo poco importante; percibo el cálido aliento del cíclope a un escaso centímetro de mis labios y estiro ese instante tanto como deseo, sin tambalearme; soy paciente.


Puedo recorrer esa sonrisa plácidamente, sin estridencias, darle una forma hegeliana y atemporal, contemplar sus claroscuros, arrinconarla con devoción en algún cobijo de mi espalda, bajo la nuca. Una vez guardada sobre la piel, y cuando todo el contexto ya no importa más que nada, entonces abro los ojos. Lentamente. Los abro como sin querer hacerlo para comprender ese súbito vértigo que sube desde el estómago, cuando la devota sonrisa desaparece volando por la ventana y deja un estigma de frío allí donde estuvo. Entonces, sabré que ya he volado.