A
veces no te comprendo
y
es
algo
que
se
repite
con
frecuencia
en
estos
días.
Hablas
con
telegramas,
en
lenguas desconocidas,
hablas
de mundos y primaveras
que
jamás
visitaré y
que
son
tu hogar.
Después,
tropiezas
con
mi
sonrisa que
se
amontona
en
cualquier
parte,
pero
el
genio
se
te
ha
trocado
y
pataleas
allá dónde
yo
cultivaría
un
árbol.
Es
una estupidez, no me lo digas, quejarme
de
la
lentitud
en
las
nubes,
sobornar
a
un
pájaro
para
que
no
muera.
Pero yo nací en ese río donde arrojas tu desesperación,
deja ya que los peces sean mis amigos.
Quizás fue que nunca me conociste.
Lo que tú y yo hemos sido tal vez sea parte de lo extraño,
que comparten besos, mentiras, pero extraños,
cada uno sumergido en su vorágine, tan desconocidos.
Ya te cuento
que me gusta leer a perpetuidad,
que me enamoran en las posdatas
donde alguien explica
lo
pequeño
y
hermoso
de
esta vida que me estás arrebatando.
Pese
a
ello
me
buscas,
es
pura
inercia.
No
esperes
que
te
acompañe
al
fondo
del
precipicio.
(Imagen: Viajero junto al mar de niebla. Caspar David Friedrich)