Cuando te miro no eres más que un caos de posibilidades abriéndose camino en todas direcciones, a dentelladas propagándose por el espacio blanco y rectilíneo. Te muestras distante, aparentemente inacabado y frío, dejas gotear el deseo por tus brazos. Parpadeo y te encuentro allí, hablando en cien mil idiomas diferentes; eres como una ventana a las tinieblas que me habitan sin yo saberlo. Te regocijas en cada parábola, mostrando el lado frágil del momento; eres decadente, delicado, me invitas a la introspección como un círculo naranja y humeante, como una caricia de madre que tanto anhelo. Duermes un poquito mientras yo juego y entonces ya te agitas un poco tímido, como diciendo -no olvides ésto-, abres una nueva puerta silenciosa como la noche, y allí me quedo yo, con la mirada de nieve que reclina despacio, entre todos esos segundos que quieren escapar al tiempo.
En ti convergen diagonales, meandros, fugas y senderos. Tú sólo te muestras, de embelesar me encargo yo y me siento menos perdida cuando veo todo lo que puedes llegar a ser. Te convertiré a suerte en un mundo hermoso y tierno, quizás albergarás un puñado de besos bajo el marfil de los elefantes, o bien el río salvaje en el cabello de mis muñecas. Quizá las muñecas tengan unas fauces prominentes, no lo sé, pero quizás las tengan. Te miro y pienso en los caramelos de la tarde, en el fundido hecho por azar a remolinos y en la mágica silueta que es tu cáscara circundante, un algo revelador que espeja cómo soy, simplemente, cuando me expreso entre azules y púrpuras, y no pretendo hallar más allá de tu estatura la distancia que separa mi alma de las estrellas.
En ti convergen diagonales, meandros, fugas y senderos. Tú sólo te muestras, de embelesar me encargo yo y me siento menos perdida cuando veo todo lo que puedes llegar a ser. Te convertiré a suerte en un mundo hermoso y tierno, quizás albergarás un puñado de besos bajo el marfil de los elefantes, o bien el río salvaje en el cabello de mis muñecas. Quizá las muñecas tengan unas fauces prominentes, no lo sé, pero quizás las tengan. Te miro y pienso en los caramelos de la tarde, en el fundido hecho por azar a remolinos y en la mágica silueta que es tu cáscara circundante, un algo revelador que espeja cómo soy, simplemente, cuando me expreso entre azules y púrpuras, y no pretendo hallar más allá de tu estatura la distancia que separa mi alma de las estrellas.