Hacia dónde camina una muchacha perdida,
sin zapatos, sin hojas de alegría en sus mejillas,
con la sóla compañía de las estrellas
y los amigos espontáneos que ofrece la madrugada.
Una muchacha perdida entre cientos,
parece cualquier otra, parece arcaica y cansada,
pero como cualquier otra después de todo.
A veces ve en lo alto el resplandor de la luna
y aúlla un poquito, pero sólo un poco,
por miedo a ser escuchada entre el frío
y sereno pavor que es la noche cuando llega temprana,
cuando la alcanza
y está sola.
Una duna tornadiza que no sigue al viento,
por rebeldía quizás, pero aislada,
asimétrica de sus hermanas.
Y en realidad nada le hace más daño
que dejar la soledad, la que conoce su voz,
perderse entre el páramo que es estar soñando
y despertar un día, como arrancada el alma del tiesto
tan súbitamente,
para dejar atrás un onírico beso,
acaso una tregua o una ocasión regalada
ante la prematura muerte.